La piedad a la que nos referimos es una constante memoria de Dios, un esfuerzo continuo dirigido a conocerlo, una tensión infatigable del corazón hacia su amor, de modo que, no digo un día, ni siquiera una hora, deje de encontrar al servidor de Dios ocupado en ejercitarse y progresar, o bien, sumergido en la dulzura de la experiencia y el gozo de la fruición.
de "La celda y sus habitantes" en Carta de Oro de Guillermo de Saint Thierry